Caminito del Rey una maravilla a 102 metros del suelo El Caminito del Rey: Una maravilla a 105 metros del suelo | SUR.es
El clic del casco una vez abrochado es como el disco verde de un semáforo. Ya no hay vuelta atrás. Por delante, ocho kilómetros del recorrido que se llegó a conocer como 'el caminito más peligroso del mundo'. Pero éste es otro Caminito del Rey, el de madera; una estructura que camina sobre la antigua. La subida desde El Chorro es dura e inesperada. Al poco rato, las rampas se convierten en escalones y la pared vertical ya resulta sobrecogedora. La cautela alcanza su punto más álgido tras pisar la primera tabla de la pasarela, y aunque a la izquierda ya está el vacío -solo protegido por una valla-, la sensación de seguridad cobra protagonismo. Los pasos son firmes y el disparador de la cámara de fotos no da abasto ante tanta belleza paisajística. A un lado, el comienzo del cañón del Desfiladero de los Gaitanes, al otro, el azul del pantano.
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De repente, un puente que nadie entiende cómo ha aparecido. 105 metros de altura, de un vacío que se puede contemplar mirando a los pies. Y vértigo. Mucho vértigo. En el aire vuelan las 'mariposas de agua', como los lugareños llaman a esas gotas que caen al vacío y que la luz atraviesa. Un puente de 34 metros de longitud cuelga de un lado a otro. Se intenta atravesarlo rápido, dejarlo atrás sin contemplaciones. Más vértigo. “El puente hay que disfrutarlo”, dice alguien.
No hay peligro, pero uno se siente valiente, como si estuviera haciendo algo realmente temerario. Aunque atravesaras aquella pasarela una y mil veces volverías a sentir lo mismo. Allí no suena el teléfono (no hay cobertura), los buitres y el caer del agua son la única banda sonora que acompaña a los pasos.
Se atraviesan los vestigios de varias historias. La de los marineros que pusieron las primeras tablas en 1901. La de los obreros, que a fuerza de cemento, hicieron ver a Alfonso XIII que aquel camino sería tan recordado como el propio monarca. La de Andrés, que con 83 años rememora sus noches de frío durmiendo en el trayecto hasta el amanecer. La de los niños de vuelta del colegio; las mujeres camino de la compra o los jóvenes en bicicleta. Y luego, los años de pocos recuerdos y mucho silencio, de peligro, hasta que los primeros obreros de este siglo, con cristales y helicópteros, estrenaron un nuevo capítulo. Y así hasta el final del trayecto, con la idea de que aquel ya no es el camino más peligroso del mundo, pero sí el más espectacular.